Textos: Sergio Rosas
Entre todas sus similitudes, hay dos características que unen estrechamente a presidentes como Jair Bolsonaro, Donald Trump o Rodrigo Duterte: son políticos asociados a la extrema derecha y todos han mostrado un marcado escepticismo para impulsar políticas que protejan al medioambiente y sus defensores en sus países.
No es una coincidencia. Desde hace décadas, la mayoría de políticos que se identifican con las ideologías de derecha en el mundo han atacado expresiones o movimientos que replanteen las lógicas de desarrollo dañinas con el entorno. Basta recordar, por ejemplo, que en los años 60 el presidente Richard Nixon emprendió un fuerte ataque discursivo contra el movimiento hippie, que no solamente exigía el fin de la guerra en Vietnam sino repensar las formas de producción que estaban detrás de la riqueza norteamericana.
El ejemplo del presidente republicano se reprodujo en distintos líderes políticos a lo largo de la segunda mitad del siglo XX pues, en general, los representantes conservadores han establecido una dicotomía discursiva que tiene un solo fin: contraponer el “progreso” económico de un país contra las demandas de los líderes ambientales. En otras palabras: hay que explotar los recursos naturales a cualquier precio, así el medioambiente sufra las consecuencias.
Esa lógica no ha desaparecido. Los gobiernos que impulsan prácticas de extracción tan cuestionadas como el fracking, por ejemplo, suelen anteponer los privilegios económicos de sus naciones por encima del cuidado y la preservación del entorno.
ver más
Justamente, ese es el discurso que muchos líderes siguen sosteniendo. Jair Bolsonaro ha asegurado que hará todo lo posible para explotar grandes porciones de territorio en la selva amazónica de su país. Rodrigo Duterte ha mostrado una sangrienta motivación para luchar contra los narcotraficantes, pero ha guardado un silencio inquietante con los defensores de tierra asesinados en su país. Y, cómo no, Donald Trump no se ha sonrojado al sostener que la emergencia climática “es un invento del gobierno chino para debilitar la economía de Estados Unidos”. Sus palabras, como la de sus homólogos, también van encadenadas a acciones concretas: Estados Unidos es el único país del G8 que se ha retirado de los Acuerdos de París, producto de la COP21.
En este escenario que se replica en muchos otros países, las fuerzas de la oposición, usualmente partidos políticos progresistas o alineados a la izquierda, han levantado la voz y han ondeado la bandera de la defensa del medioambiente. Voces como la de Bernie Sanders en Estados Unidos, Pepe Mujica en Uruguay o Irene Montero en España, han hecho que sus votantes asocien la lucha medioambiental con sus partidos, en oposición a las fuerzas conservadoras.
Si bien no hay ningún problema en que los partidos de izquierda apoyen la lucha verde, paradójicamente podría generar un problema a largo plazo. En general, que esas banderas sean exclusivas de la izquierda puede hacerle creer a un ciudadano de derecha que la lucha ambiental no le incumbe. Podría llegar a decir: esa pelea no es mía.
Polarizar la lucha por el medioambiente puede generar graves efectos contraproducentes. En una de sus intervenciones más difundidas en la Cámara de Representantes en Washington, la congresista demócrata Alexandria Ocasio-Cortez lo explicó con contundencia: “La lucha por el medioambiente no es un asunto elitista o partidista. Esto nos incumbe a todos porque la gente se está muriendo”.
ver más
Sin embargo, y según una reciente encuesta de la revista The Economist y YouGov, los votantes de Donald Trump tienen una imagen negativa de Ocasio-Cortez de 77%. Lo que quiere decir que las urgentes denuncias de la congresista, sumado a su llamado para que el gobierno implemente un nuevo Acuerdo Verde para detener la destrucción del medioambiente, a los trumpistas les tiene sin cuidado porque la ven como una contradictora, no como una voz preocupada por el futuro de toda la humanidad sin tener en cuenta tintes políticos.
Si bien este tipo de tensiones partidistas corresponden a la realidad política de cada país, hay voces independientes que pueden inclinar la balanza hacia otro lado. Son los casos mundialmente conocidos como el de la joven activista Greta Thunberg o el de grupos sin vinculaciones directas a partidos políticos como Extinction Rebellion (presente en países como Reino Unido, Colombia y España).
Dichas voces, sin tener la marca de un partido político en concreto, han logrado recibir el apoyo de millones de ciudadanos sin importar en qué orillas ideológicas o partidistas se ubiquen. Como era de esperarse, los partidos políticos comprometidos con la defensa del medioambiente se han acercado a estos personajes: basta recordar que Greta habló en el Parlamento Británico exclusivamente por la invitación que le extendió Jeremy Corbin, líder del Partido Laborista.
Aunque se corre el riesgo de perder su independencia, las nuevas voces pueden marcar distancia de las etiquetas políticas y seguir difundiendo sus proclamas y sus llamados de atención en el mundo entero. Al mostrarse como activistas preocupados concretamente por una causa y sin intereses electorales, figuras como Greta logran derribar las barreras imaginarias que los políticos le han puesto a una lucha que debería ser de todos.