Textos: Sergio Rosas
Joseph Zárate (1986) define al periodista como el que va a ver un hecho y luego lo cuenta de la manera más honesta y verificable que puede. Ahí se juega su oficio, en la manera como narra lo visto. Zárate también sabe que escribir crónicas le permite, como muy pocas experiencias lo hacen, entablar una conversación entre la Historia y las historias. Eso es lo que este periodista peruano hace en “Guerras del interior” (2019), compuesto por tres crónicas sobre la explotación de la madera, el oro y el petróleo en el Perú.
La historia de hombres y mujeres como la campesina Máxima Acuña, o el líder indígena Edwin Chota, o el pequeño Osman Cuñachí, son retratadas con una narración que les permite hablar frente a frente con la historia, tal como recuerda la reconocida periodista Svetlana Alexiévich en el epígrafe que Zárate selecciona para el libro: “me dedico desesperadamente a disminuir la historia hasta que toma una dimensión humana”.
Sumado a eso, las tres crónicas (merecedoras de premios como el Ortega y Gasset y el Gabriel García Márquez) están tejidas con referencias científicas, informes de organizaciones, estudios académicos, estadísticas oficiales y cultura popular, lo que enriquece enormemente estos relatos de resistencia y lucha.
En entrevista con Semana Sostenible, Zárate habló sobre el oficio periodístico, la situación de los defensores medioambientales indígenas en el Perú contemporáneo y los retos que tiene el periodismo narrativo para contar esas historias que hacen parte de la Historia.
En la última parte de “Guerras del interior”, cuenta que el título proviene de varios sentidos de la palabra interior. ¿Cuáles son?
Joseph Zárate: La estructura del libro responde a un viaje hacia el centro de la Tierra y los capítulos suponen ese viaje. La madera está en la superficie; luego el oro está a 400 o 500 metros de profundidad, y más abajo está el petróleo. El epílogo sería el corazón del ser humano, en lo que podría considerarse como un viaje hacia adentro.
Otro sentido tiene que ver con historias que suceden en lo profundo del país, en sus montañas y selvas. Lo que José María Arguedas llamaba el "Perú profundo". El último sentido tiene que ver conmigo mismo, pues escribir el libro significó revalorar mi historia familiar: mi abuela nació en una comunidad indígena en la selva y antes de escribir el libro no había considerado importante esa historia pues solemos considerar lo indígena como algo inferior o atrasado.
Alberto Salcedo Ramos, cronista de larga trayectoria en la presentación de su libro en Colombia, dijo que a la crónica latinoamericana se le suele criticar su falta de compromiso con temas socioeconómicos sensibles. ¿Cómo ve ese asunto?
J.Z.: Creo que los periodistas que escriben crónicas hoy en día están muy interesados en la forma como están construidos nuestros países. Hay varios casos: los Dromómanos y su proyecto de contar por qué en América Latina hay tantos homicidios; Sabrina Duque y su libro “Volcánica”, sobre la crisis de Nicaragua; Agus Morales y sus crónicas sobre la migración en distintos países.
La gente de mi generación está haciendo un trabajo muy interesante desde sus propios intereses y motivaciones para retratar no lo pintoresco, sino una comprensión mucho más sensible o profunda de cómo somos como sociedad.
Usted recopiló sus crónicas bajo un solo título y logró que Debate las publicara, pero muchos otros periodistas no viven esa experiencia. ¿Cómo ve la publicación de textos de largo aliento hoy en día?
J.Z.: Creo que nunca ha sido fácil publicar crónica, pues supone una inversión importante de dinero y de tiempo. Difícilmente un diario o un medio grande te puede dar esos recursos. Yo creo que la crónica, incluso hoy que tiene cierta relevancia o acogida, siempre será un género marginal, pero uno las escribe porque tiene una pulsión de aplicar las técnicas narrativas literarias al periodismo.
Aparte de tiempo y dinero se necesita voluntad. En mi caso, ahorro dinero durante un tiempo y luego sí me arrojo a hacer la historia. Sigue siendo difícil y no hay que perder de vista que nadie te va a tocar la puerta para publicarte.
A lo largo de los tres capítulos de “Guerras del interior” hay gran cantidad de datos, estadísticas, citas de informes y libros. ¿Cómo es su relación con esa parte documental del trabajo?
J.Z.: Para ser franco, después de hacer el trabajo de campo creo que esa parte documental es la que más disfruto. Yo alcancé a pasar por la época analógica: de niño estudiaba con enciclopedias y libros y vivía fascinado con eso. Ahora que estoy grande, la crónica me permite volver a esa época. Si voy a hablar del oro, me gusta entrarle al tema por varias partes, de forma poliédrica: la sociología, la divulgación científica, la historia, la psicología, el informe estadístico. De hecho, creo que la crónica contemporánea es un poco eso. No abordas un tema para quedarte en lo anecdótico de la historia, sino que tratas de interpretarlo a partir de diferentes lecturas.
En el capítulo sobre el oro, la historia de Máxima Acuña Atalaya refleja uno de los discursos más recurrentes en torno a estos temas: los que se oponen a las economías extractivistas son inevitablemente enemigos del “progreso”. Después de haber escrito estas historias, ¿qué reflexiones le quedan en torno al progreso económico de la mayoría de naciones?
J.Z.: Todavía siento una gran interpelación. Si bien tengo una conexión con esa historia del mundo indígena a través de mi abuela, soy una persona que nació, creció, estudió, e hizo casi toda su vida en la ciudad. Para llevar la vida cómoda que llevamos en las ciudades, esos recursos deben ser extraídos de esas zonas que yo intento retratar.
Algunos lectores también han sentido eso. Creo que la cultura en la que nos hemos criado, el sistema económico del capitalismo nos enrostra y nos hace creer que solamente esa forma de progreso es viable y que podrá llevar nuestros países al primer mundo. Y esa idea tan poderosa y tan sutil al mismo tiempo hace que no podamos mirar al otro, es decir, al defensor indígena, como a un igual.
El caso de Edwin Chota, líder asesinado por ir en contra de la tala ilegal en su territorio, y el de Máxima Acuña, campesina que se rehusó a venderle su casa a una minera de oro, son dos ejemplos de personas que defendieron sus ideales y fueron tildados de criminales o ambiciosos. ¿Ha visto que en Perú se intente criminalizar la defensa del medioambiente?
J.Z.: Sí, por supuesto, y lo cuento en el libro. Hay líderes indígenas peruanos amenazados y asesinados. Es paradójico, porque ellos son sujetos publicitarios para el Estado: aparecen en los videos de promoción cultural del Perú. Pero cuando esos mismos indígenas quieren ocupar lugares de poder, los políticos tradicionales los marginan o los miran con sospecha.
Hay una fuerte discriminación, sumada a la represión y a la criminalización de las protestas. El 5 de junio, de este año, se celebró una década de la masacre del Baguazo, en la que murieron indígenas y policías por una protesta pacífica en contra de la vulneración de la soberanía amazónica.
Una de las conclusiones más dolorosas del capítulo sobre Edwin Chota es que ser un defensor del medioambiente, en Perú y otros países, significa poner la vida en riesgo. ¿Ha visto señales de que esa situación cambie en el Perú actual?
J.Z.: Creo que, al menos lo referido a la sociedad civil, hay una mayor conciencia de este racismo que hay dentro de nosotros. Hay mucho trabajo por parte de organizaciones civiles, pero también por parte del gobierno. El Ministerio de Cultura ha hecho varias campañas para combatir esto, no solamente con los indígenas sino con otras poblaciones como la afrodescendiente. Por otro lado pienso que, desde que ocurrió lo del Baguazo, hay cada vez más fortalecimiento de las organizaciones indígenas.
Y, antes, cuando se hablaba de los conflictos sociales que ocurrían en la selva o en la sierra, a veces la gente de las ciudades no estaba tan pendiente de eso: se enteraban cuando moría alguien. Gracias a las redes sociales y a medios de comunicación independientes, ahora la gente está más atenta a lo que pasa con sus defensores del medioambiente.
La historia que cierra el libro, sobre el gigantesco derrame de PetroPerú en la región del Amazonas, no solamente pone el foco en las cuestionables prácticas de las petroleras, sino en la manera como los medios tradicionales suelen cubrir estas historias. En su trabajo de reportería, ¿qué le dijeron las fuentes sobre el oficio periodístico?
J.Z.: Una anécdota: cuando fui a hacer la historia del petróleo, a veces tenía que decir que era escritor, porque si decía que era periodista no querían hablar conmigo. Me decían: otro periodista más, para qué nos sirve esto. Pero son preguntas válidas porque el tipo de periodismo que ha cubierto estos temas tiende o al miserabilismo o al paternalismo.
Una vez me invitaron a leer mi libro en un taller de comunicadores amazónicos donde había gente de muchas etnias. Yo estaba muy nervioso porque iba a leer una historia de Edwin Chota y de pronto me criticaban. Leí un fragmento donde hablo que a Chota le gustaba bailar y que era medio mujeriego, y ellos decían: nosotros también somos así. A veces desde las ONG dicen: no cuentes eso, los vas a hacer quedar mal. Pero ese no es nuestro trabajo: el trabajo de un reportero es contar lo que vió de la manera más honesta y verificable posible.
Leyendo el libro pensé en una relación con Colombia y su lucha contra el narcotráfico. Mientras la mayoría de consumidores están en los llamados países “desarrollados”, las víctimas de la guerra contra este problema están acá. Con los recursos naturales pasa lo mismo: el oro o la madera se exportan, mientras acá se empobrecen los eslabones más débiles de la cadena. ¿Se podría calificar esa situación como neocolonialismo?
J.Z.: Por su puesto. En la región de Cajamarca, donde ocurre la historia de Máxima Acuña, desde hace más de 20 años se practica la minería de oro y hoy sigue siendo la región con más pobreza en el Perú. Esa es una contradicción alucinante. El hecho de que haya una industria extractiva y que las empresas inviertan en el Perú no garantiza que las personas que viven en esas regiones se beneficien realmente.
El Perú ha tenido muchas olas de bonanza económica: el oro, el caucho, el petróleo y el salitre...¿Y qué pasó con esa promesa de desarrollo? Sirvió para llenar el bolsillo de los políticos y los empresarios. Pasa aquí en Perú, en Colombia y en todas partes. Vivimos en una especie de alfombra hermosa que se supone que es la modernidad, pero debajo hay un montón de barbarie. En algún momento esas injusticias van a colmar ese espacio y van salir por todos lados.